De los vicios de los abuelos a los vicios modernos: evolución incomprensible

Si alguna vez tu abuelo te miró raro cuando le contaste que gastaste 20 € en “skins” para un personaje de un videojuego, tranquilo: tú también lo mirarías raro si te dice que se jugó el sueldo del mes en una partida de tute. Cada generación tiene sus vicios, pero hay que reconocer que los nuestros a veces son difíciles de explicar en la mesa familiar.

1. Café vs. Bebida energética

Nuestros abuelos arrancaban el día con café de puchero, fuerte como un ladrillo. Nosotros con latas de Monster tamaño bidón, que parecen diseñadas para mantener despierto a un astronauta en una misión a Marte.

2. Tabaco puro vs. Vape

De los cigarros negros que teñían los dedos de nicotina… al vape con sabor a “sandía tropical con chicle de unicornio”. Un abuelo con un puro imponía respeto, un chaval con un vape rosa fosforito… no tanto.

3. Casinos vs. Loot boxes

Antes: ir al casino de traje y corbata para jugarse la paga en el blackjack.
Ahora: abrir cajitas digitales esperando que salga una skin de cuchillo en el Counter Strike. Misma adrenalina, menos glamour.

4. Bolsa vs. Criptomonedas

El abuelo miraba las páginas del periódico financiero, tú refrescas CoinMarketCap a las 3 de la mañana para ver si el Dogecoin subió un 0,0001 %. El concepto es el mismo: esperar milagros que casi nunca llegan.

5. Carreras de galgos vs. Carreras de waifus

Lo que antes era apostar a ver qué galgo corría más rápido, ahora es poner dinero en carreras virtuales de waifus anime en internet. Si tu abuelo resucitara, pediría explicaciones a gritos.

6. Revistas de pasatiempos vs. Scroll infinito en TikTok

Ellos hacían crucigramas o sudokus en papel. Nosotros hacemos scroll sin fin, viendo a un tipo disfrazado de plátano bailando al ritmo de reguetón. ¿Quién es menos productivo? Difícil debate.

7. Cartas vs. Candy Crush

Los abuelos se reunían a jugar a la brisca. Nosotros nos picamos con nuestra tía en Candy Crush, y la tía va por el nivel 4.200. Vergüenza generacional.


Reflexión final:
Quizá nuestros vicios no son mejores ni peores, simplemente distintos. Eso sí, explicárselos a otra generación sigue siendo el auténtico reto.

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