Eurovisión nació en 1956, en un contexto donde Europa intentaba recomponerse tras la Segunda Guerra Mundial. Su objetivo inicial era claro: unir a los países a través de la música, dejando de lado la política y cualquier conflicto ideológico. Sin embargo, más de seis décadas después, resulta evidente que el certamen no ha podido escapar de la influencia política.
Aunque la Unión Europea de Radiodifusión insiste en que Eurovisión es un evento “apolítico”, la historia nos demuestra lo contrario. Desde votaciones que reflejan afinidades geográficas hasta presentaciones cargadas de simbolismo, la política ha estado siempre presente en mayor o menor medida.
España bajo el franquismo: usar Eurovisión como escaparate
En 1968, España ganó Eurovisión con La, la, la, interpretada por Massiel. Esta victoria fue utilizada por el régimen de Francisco Franco como propaganda internacional, mostrando al país como moderno y culturalmente relevante, mientras en realidad se vivía bajo una dictadura.
Dos años después, España fue sede del festival (1969), y aunque el evento buscaba proyectar una imagen de apertura, muchos críticos lo vieron como una maniobra política para legitimar al franquismo en Europa.
Yugoslavia y los años de fragmentación
En los 90, Eurovisión también reflejó la crisis política de los Balcanes. La desintegración de Yugoslavia no solo cambió el mapa europeo, sino también el del festival. Países como Croacia, Eslovenia o Bosnia participaron de manera independiente, mientras las tensiones bélicas se trasladaban de forma indirecta al escenario.
En varias ediciones, la participación o ausencia de determinados países sirvió como espejo de los conflictos internos de la región.
Votaciones “políticas”: vecinos, aliados y rivalidades
Uno de los aspectos más comentados del certamen son las votaciones. Aunque en teoría deberían premiar únicamente la calidad musical, es habitual que países vecinos se voten entre sí (los famosos “12 puntos” de Grecia a Chipre, o de Rusia a Bielorrusia).
Esto ha generado debates sobre si Eurovisión es realmente un concurso musical o un reflejo de las relaciones diplomáticas y culturales entre países europeos.
Israel y Palestina: mensajes en las canciones
Israel es uno de los países más polémicos dentro del festival. Antes del conflicto actual con Gaza, ya había sido criticado por la manera en que sus candidaturas incluían mensajes con trasfondo político.
En 2009, el grupo israelí Noa & Mira Awad interpretó There Must Be Another Way, una canción que abogaba por la paz entre israelíes y palestinos. Años después, en otras ediciones, artistas de Israel han sido presentados como símbolos de resistencia frente a ataques terroristas, generando debates sobre si el certamen se estaba utilizando como altavoz propagandístico.
Rusia y la Guerra de Ucrania
Rusia ha sido protagonista de uno de los capítulos más recientes de la relación entre Eurovisión y la política.
En 2014, tras la anexión de Crimea, su participación empezó a generar rechazo entre el público europeo. En 2016, la cantante ucraniana Jamala ganó con 1944, una canción que hablaba del exilio de los tártaros de Crimea bajo Stalin, interpretada como una clara alusión al conflicto con Rusia.
Finalmente, tras la invasión a gran escala de Ucrania en 2022, Rusia fue expulsada del festival, un gesto que evidenció que Eurovisión, por mucho que lo niegue, no puede aislarse de la realidad política del continente.
Conclusión: la música como espejo de la política
Eurovisión es, ante todo, un espectáculo musical y cultural. Sin embargo, su historia demuestra que la política siempre se ha filtrado en mayor o menor medida. Desde la propaganda franquista en los 60, pasando por los conflictos balcánicos en los 90, hasta los debates actuales sobre Rusia e Israel, el festival refleja los retos y tensiones de Europa y sus alrededores.
Quizás sea precisamente esta dualidad —entre música y política— lo que hace a Eurovisión tan fascinante: no solo nos muestra canciones, también nos recuerda que la cultura y la geopolítica están mucho más entrelazadas de lo que queremos admitir.